Simpatizantes Nikkei de JICA Tokyo
«Curso:Apoyo educativo para niños con raíces extranjeras y convivencia multicultural en la sociedad japonesa»

Claudia Saori Tamanaja Shimabukuro, NPO Free School Chiba

Este mayo, JICA Tokyo recibió a dos flamantes becarias del programa Simpatizantes Nikkei[1].

Una de ellas es Claudia Saori Tamanaja Shimabukuro, procedente de Perú, la cual llegó a Japón el 11 de mayo de este año.

Ya ha comenzado a impartir y asistir sus primeras clases de japonés, entre otras actividades de apoyo a niños nikkei y con vínculos extranjeros en la NPO Free School Chiba, donde se lleva a cabo su beca.

Le preguntamos a Saori como fue su vida desde pequeña, que la llevó a postularse y convertirse en becaria Simpatizante nikkei y sus aspiraciones para el futuro.
Saori nació en Lima, la capital de Perú, como hija única de un matrimonio nikkei.

A los cinco años, su vida dio un gran giro.

Sus padres le dijeron que se iban a Japón y, de repente, tuvo que viajar.

«Cuando supe que iba a ir a Japón, me sentí muy emocionada, como cualquier niña. Sin embargo, no me dieron más explicaciones, así que pensé que era un viaje de ida y vuelta. Por eso, cuando me vi en la situación que tuve que matricularme en un colegio japonés, me sentí muy desconcertada».

No se sintió muy sola, ya que tenía primos de su misma edad que se habían ido a Japón antes que ella.

Sin embargo, durante el primer año, se sintió muy perdida en la escuela.

«Fue poco después de empezar la escuela primaria, durante una jornada de puertas abiertas, donde los padres podían ir a la escuela y observar las clases.

Era la clase de matemáticas, estábamos aprendiendo los números básicos.

El profesor hacía preguntas a cada alumno. Solo había que contar en voz alta el número de manzanas que se mostraban, pero para mí, que no sabía japonés, era muy difícil.
Finalmente llegó mi turno, el profesor me hizo una pregunta en japonés, pero yo no supe responder y me quedé callada».

El profesor la animó a responder, pero Saori no dijo nada y se quedó desconcertada.

Poco a poco, notó que el tono del profesor se volvía más severo. Se produjo un silencio incómodo.

«Al ver la situación, mi madre, que estaba detrás observando, se acercó y me explicó en español. Note que el profesor estaba desconcertado al ver lo que ocurría. Al parecer, no sabía que yo era nikkei, ya que mi nombre y mi aspecto no diferían de los de los japoneses, por lo que no se había dado cuenta de que era una niña que no entendía el idioma japonés».

Al día siguiente, por consideración de la escuela, empecé a asistir a la clase de japonés que se ofrecía a los recién llegados a Japón.

Las dificultades continuaron durante un tiempo, pero al cabo de un año por fin me acostumbré a la escuela.

En segundo curso, ya pude entablar amistades.

«El motivo por el que vinimos a Japón era para Dekasegui (trabajo). Mis padres estaban muy ocupados con el trabajo.

Cuando volvía de la escuela, no iba a mi casa sino a la casa de mi tío. Como era hija única, mis padres solicitaron a mis tíos que me recibieran en su casa después de la escuela para que yo no este sola, así podía pasar el tiempo con mis primos hasta que ellos volvían a casa. A veces llegaban muy tarde y me quedaba a dormir en casa de mis tíos».

Aunque pasaba menos tiempo con sus padres, se acostumbró a la vida en Japón e hizo amigos, por lo que ella se sentía feliz.

Sin embargo, a los nueve años, Saori volvió a vivir un acontecimiento que marcaría su vida.

Sus padres le dijeron que tenía que volver a Perú.

Al igual que cuando llegó a Japón, no le dieron ninguna explicación detallada ni le consultaron previamente.

«En realidad, no quería volver. Tenía amigos y me causaba mucha pena separarme de ellos», cuenta.

Al llegar a Perú, Saori se matriculó en una escuela pública local.

Sin embargo, tras haberse adaptado completamente a la vida en Japón, el cambio fue demasiado repentino. No podía seguir el ritmo de las clases de español.

«No entendía las clases y me sentía confundida.

Un día, en la clase de matemáticas, leí mal el número «11» y se burlaron de mí. En español, «11» se dice «once», pero yo no lo sabía y pensé que sería igual que en japonés, «jūichi» (10 y 1), así que dije «Diez y uno». Al oírlo, se rieron de mí».

Al día siguiente, cuando llegué al colegio, no pude evitar oír a alguien decir en voz baja: «Mira, ha venido la niña del 10 y 1». Solo quería salir corriendo de allí.

Cuando llegué a casa, se lo conté todo a mi madre. Ella se preocupó mucho y decidió que me trasladara a un colegio privado al que asistían muchos niños de familias japonesas, incluyendo aquellos que habían vuelto de dekasegui.

Allí, Saori oportunamente conoció a otros niños en la misma situación que ella y poco a poco se fue acostumbrando a la vida en Perú.

El caso de Saori, que vino a Japón desde Perú y luego regresó a su país natal, no es en absoluto excepcional.

Al llegar a Japón, el niño se siente desconcertado y estresado por las diferencias lingüísticas y culturales, pero después de un tiempo se acostumbra y, cuando tiene que regresar a su país natal, es natural que vuelva a sentir un choque.

Saori superó estas dificultades y, por eso, pensó que había cosas que solo ella podía hacer, por lo que se presentó su solicitud para participar en el programa de Simpatizante nikkei para apoyar a los nikkeis.

«Después de graduarme en la escuela, ingresé en la facultad de odontología. Al mismo tiempo, decidí asistir a un curso de formación para profesores de japonés en una escuela de idiomas.

Sin embargo, un día, cuando estaba en mi segundo año de universidad, participé en un evento organizado por la Asociación Peruano Japonesa (APJ). Por casualidad, me detuve en el stand de la oficina de la JICA Perú y el personal de la oficina me presentó este programa y explicó en qué consistía esta modalidad de apoyo a personas de descendencia japonesa.

Me impactó mucho saber que existía ese tipo de beca.

El solo pensar que podría ayudar a niños que estaban pasando por las mismas dificultades que yo había vivido en Japón me emocionó sobremanera.
«Como ya hablas el idioma japonés, encajas en el perfil que se necesita».

Animada por las palabras del personal de la JICA, al llegar a casa se lo contó a sus padres, que la apoyaron totalmente.
«Me dijeron que merecía la pena dejar los estudios universitarios, que me animara a hacerlo.”

Saori decidió postular a este programa de beca el mismo día en que se enteró de ella en el stand de JICA Perú.

Presentó su solicitud a la propuesta de la NPO Free School Chiba y fue aceptada.

Le pregunté cómo le iba hasta el momento, ya que las actividades recién habían comenzado.

«Poco a poco, pero con paso firme, voy acumulando la sensación de que estoy contribuyendo de alguna manera, y eso me hace muy feliz.

Recuerdo la primera vez que vi a un niño que había llegado de Nepal. No sabía nada de japonés y parecía estar muy deprimido.”

Su situación le hizo recordar a ella, que se encontraba en la misma situación cuando llegó a Japón.

Empecé a hablarle activamente y, al cabo de un tiempo, el profesor que lo tenía a su cargo me dijo muy contento: «Desde que Saori ha empezado a venir a esta clase, el niño ha empezado a hablar y a sonreír». Me alegré mucho !».

El hecho de que su esfuerzo sirva para ayudar a otras personas le causa a Saori una satisfacción que no se puede comparar con nada.

Ella ya ha descartado la idea de convertirse en dentista.

En el futuro, le gustaría poder ofrecer apoyo en el ámbito del asesoramiento intercultural. Para ello, quiere adquirir conocimientos especializados, empezando por la psicología multicultural.

Y, si es posible, le gustaría dedicarse a ello durante toda su vida.

Las actividades de Saori recién acaban de empezar.

Para ella esta beca no es un simple curso. Es la valiosa oportunidad que le fue otorgada para aportar un apoyo válido y único, en base a experiencias y sentimientos que solo aquellos que pasaron por el mismo camino conocen a carne propia.

Su entusiasmo y entrega a esta misión causan expectativas puestas en el futuro de Saori.

■Claudia Saori Tamanaja Shimabukuro
・Nacida en Lima, Perú.
・Lema: «Las dificultades te hacen más fuerte».